Las agencias de calificación Sandard and Poor's, Fitch y Moody's ocupan una posición monopolística en su sector. Son las encargadas de valorar los riesgos de la deuda de las entidades financieras y de los estados. Entre sus facultades destaca la de valorar la fiabilidad y prever el futuro que puede tener uno de estos sujetos, con lo que condicionan irremediablemente su presente.
Es evidente el gran poder que reside en estas entidades, más aun con la grave crisis que golpea a los países de occidente. Una simple bajada en la calificación de la deuda puede hacer tambalearse los cimientos de un malparado país. Es, el suyo, un poder superlativo. La economía, tan dependiente de las oleadas de la confianza de los inversores, puede asestar un golpe mortal a un estado o una entidad que se encuentre con algunos problemas en sus cuentas sólo por un mal informe de estas agencias.
Sin embargo, sus actuaciones son más opacas de lo que deberían y esto se está volviendo en contra de la credibilidad de las mismas. Recogía ayer el diario El Economista un artículo publicado por el periódico belga De Tijd, en el que arremetía contra el oscurantismo de estas tres agencias. Titulado “Hay que mirar con lupa a Moody's, S&P y Fitch”.
Pero los belgas no han sido los únicos: desde el New York Times David Einhorn pedía paciencia: sería mejor tener en cuenta a los inversores para evaluar la calificación del crédito de las entidades y la solvencia de los gobiernos que dejarlo en manos de las agencias de calificación.
Lo que ha ocurrido para que hayan surgido voces críticas es que estas agencias no son lo bastante transparentes con su trabajo. La realidad es que las calificaciones no siempre se atribuyen de forma independiente, existen intereses que pueden modificar el veredicto final. El ejemplo más claro que hemos visto ocurrió en septiembre de 2008 cuando S&P no rebajó la calificación de la deuda de Lehman Brothers ni previó su grave crisis unos días antes de que quebrase. Por cierto que fue el propio David Einhorn quien anunció en repetidas ocasiones que no se creía los balances de Lehman.
Antes de que las agencias pierdan toda su credibilidad, podrían optar por ser supervisadas por organismos económicos que velasen por su imparcialidad. Apostilla De Tijd que “quienes evalúan la calificación crediticia de los demás también han de aceptar que se analice su credibilidad”. Parece razonable.
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