La guerra de divisas encalla en Seúl

J.G.J

La reunión del G-20 (países que manejan el 90% de la economía mundial) en Seúl para acercar posturas que permitan a todos los países salir juntos de la crisis, se cerró con buenas palabras y pocos acuerdos. La intención confesa de los grandes líderes era la del consenso para acabar con la guerra de divisas, sin embargo, la intención real que finalmente adoptaron los mandatarios fue la de defender sus intereses por encima del bien común.

El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, fue sorprendentemente claro a la hora de valorar el resultado de la cumbre: “la gente no debería creer que cada vez que los líderes se reúnen están haciendo alguna cosa revolucionaria”. No pudo ser más franco el presidente estadounidense, puesto que los grandes líderes mundiales defendieron a capa y espada sus intereses y se olvidaron de poner en marcha la revolución que acabase con los desacuerdos.


La 'guerra de divisas' es un conflicto económico surgido entre los países más desarrollados que pretenden decantar el tipo de cambio de divisas a su favor para conseguir abaratar sus productos en el exterior y por tanto favorecer las exportaciones. El objetivo de los Estados es mejorar su balanza exterior, esto es, impulsar las exportaciones y mantener o contener las importaciones. De este modo se favorecería la producción interior y podría recuperarse a su vez puestos de trabajo destruidos con la crisis.

El primer paso, que suponía el punto de salida a la guerra de divisas, lo dio China manteniendo su moneda, el yuan, en un tipo de cambio bajo de forma artificial para favorecer sus exportaciones. Esto es, si el dólar está fuerte respecto al yuan, por cada dólar recibes más monedas chinas a cambio y así puedes comprar más productos en China porque resultan más baratos. De este modo, al exportar los productos, el gigante asiático puede venderlos más baratos que otro país con una divisa fuerte.

Para contrarrestar la actuación del gobierno chino, la Reserva Federal estadounidense (Fed) decidió adquirir bonos del Tesoro por valor de 600.000 millones de dólares, y así contener el tipo de cambio de la divisa norteamericana. Con esta medida, Estados Unidos pretendía bajar el precio de su moneda a través del ajuste de la oferta y la demanda. Si aumenta la oferta de dólares, su precio bajará automáticamente.

Carrera al abismo

Si cada potencia mundial busca favorecer sus propios intereses para mejorar su balanza comercial, esto será una “carrera hacia el abismo”, como advirtió el Presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso durante la cumbre. Esta es la posición que defienden los líderes europeos, la del consenso como medida para salir todos los países de la crisis al unísono. La Canciller alemana, Angela Merkel defendió que “Alemania y Estados Unidos deben cooperar para ser capaces de atajar los problemas cruciales que afectan al mundo de hoy en día”. Precisamente el país germano fue uno de los países más criticos con la medida de la Fed de comprar bonos. Sin embargo, Obama defendió que “una recuperación fuerte, que crea puestos de trabajo, es lo mejor que EEUU puede hacer para la reactivación global”. De este modo, Obama insistió en sus tesis de favorecer la recuperación en Estados Unidos por encima de la de los demás.

Por su parte, el Presidente de Brasil, 'Lula' da Silva, defendió la tesis de favorecer las importaciones de los países desarrollados. 'Lula' fue muy crítico con Estados Unidos y China “si los países desarrollados no consumen y sólo apuestan por las exportaciones, el mundo se va a la quiebra”.

Parece, por tanto, que el juego de la soga puede acabar rompiendo la cuerda y derribando a los países. La mejora de las exportaciones no debe de conseguirse por la vía de mantener una divisa baja, sino de mejorar la productividad y la competitividad de un país. Es el verdadero camino y el que dará fuerzas a una economía en el futuro. Disminuir el tipo de cambio de una moneda, bien a través de depreciaciones, bien aumentando la oferta de divisas, sólo conseguirá mejorar a corto plazo las exportaciones a costa de condenar al país importador. Si finalmente un estado se salva a costa de hundir al vecino, ¿quién le comprará después?

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Todos somos muy buenos y muy majos, pero a la hora de ceder, nadie da su brazo a torcer. Al final acabamos todos en el hoyo.

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